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Economía del pesimismo

Economía y Empresa
Tendremos que gestionar varios frentes económicos adversos con cambios estructurales para nuestra economía y para nuestro modelo de gobernanza
Bolsa de valores Madrid. IBEX 35


16 November 2022

Qué le pasa a la economía

En el año 2019 ya venían apareciendo datos macroeconómicos sólidos y recurrentes que nos permitían ver la luz al final del túnel en el que nos metimos en 2008 con una de las mayores crisis financieras de nuestro tiempo

Una crisis que estalló en el epicentro de la economía global (EEUU), y que rápidamente irradió su virulencia a Europa y al resto del mundo en forma de inestabilidad financiera, recesión económica, desempleo y, en alguna ocasión, en forma de deflación.

Pero cuando todo apuntaba a que, en líneas generales, íbamos por la senda adecuada para la recuperación económica, aun siendo conscientes de que nos habíamos dejado importantes cosas en el camino, sorpresivamente tuvimos que hacer frente a una crisis sanitaria que implicó un hecho inédito e insólito en la historia económica: la hibernación voluntaria de la economía para reducir la movilidad y controlar la evolución de la pandemia

Una gran cantidad de empresas, pertenecientes a los que se consideró como sectores no esenciales, tuvieron que parar su actividad productiva, incurriendo en graves problemas de liquidez que, paulatinamente, fueron convirtiéndose paulatinamente en problemas de solvencia y de viabilidad económica. 

La inyección de dinero público y, sobre todo, los expedientes de regulación temporal de empleo (ERTE), contribuyeron inequívocamente a paliar los efectos de este coma inducido de la economía sobre las familias y las empresas, impidiendo que la crisis económica se convirtiera en una crisis financiera, y que el coste social fuera realmente inasumible. 

Una situación compleja e incierta

Pero la cosa no acaba ahí. La paralización de una buena parte de la actividad económica generó lo que hemos llamado como un efecto de jibarización de la oferta. Dicho efecto se tradujo, por un lado, en una reducción de la capacidad productiva instalada (encogimiento de la oferta) originada por el volumen de empresas que tuvieron que cerrar o que, simplemente, llegaron a tener severas dificultades financieras y de viabilidad económica. 

Y, por otro, parcialmente consecuencia de lo anterior, en la reducción de las interrelaciones e interacciones entre las empresas. La consecuencia fue una crisis de oferta que más tarde se unió a un boom de la demanda debido a las ayudas públicas y a la inyección de liquidez al sistema. 

Este desajuste intertemporal entre la oferta y la demanda se agravó con el problema energético, la guerra entre Rusia y Ucrania, por no hablar de la crisis de las materias primas y de la lucha de carácter geoestratégico por el control de la producción de las tierras raras, elementos químicos fundamentales para producir los dispositivos electrónicos y las nuevas tecnologías.

En este sentido, la actual situación económica y financiera aglutina de forma simultánea diversos frentes de problemas que la hacen notablemente compleja y, probablemente, impredecible. La incertidumbre, así como el aumento del riesgo que lleva aparejado, está haciendo muy volátiles a los mercados, muy endeudados a los Estados, muy frágiles a las economías locales y globales, y muy vulnerables a las empresas y a las familias. En concreto, estas últimas, las empresas y las familias, ante la ingobernabilidad del entorno, están intentando ganar en resiliencia y capacidad de adaptación.

Existen precedentes

Nos enfrentamos a una situación algo parecida a lo que ocurrió en los años setenta del siglo pasado. La decisión de Nixon en 1971, rompiendo con el sistema de Bretton Woods y con la convertibilidad del dólar en oro, que era el pilar del sistema, hizo que los mercados financieros se hicieran cada vez más especulativos y aumentara la exuberancia financiera. 

Además, ese mismo año se llegó al pico del petróleo (peak oil) planteado por el geofísico M. K. Hubbert, propiciando la cartelización de la producción de esta materia prima y anticipando las dos mayores crisis energéticas de nuestra historia contemporánea: las de 1973 y 1979. 

En estos precisos momentos, comenzaron a ganar cada vez más terreno unas nuevas ideas económicas de calado pesimista asociadas con el agotamiento de nuestro modelo económico, tales como la de los límites del crecimiento, la de la estanflación (inflación con estancamiento económico), o  la teoría del estancamiento secular, que, en su día, introdujo el economista norteamericano Alvin Hansen en plena Gran Depresión económica de los años treinta, y que rescataría Larry Summers, el que fuera secretario del Tesoro de la Administración Clinton.

Necesariamente tendremos que gestionar esta nueva edición de la economía del pesimismo, compaginando la gestión de varios frentes económicos adversos con cambios estructurales para nuestra economía y para nuestro modelo de gobernanza.

Imagen artículo: naipo.de.