

15 June 2025
En diciembre pasado, leía una entrevista en la que un ganadero francés se lamentaba de la situación del sector avícola de su país, muy dependiente de las importaciones de pienso del extranjero para mantener la producción. En su caso, el extranjero era Bélgica, cuya frontera estaba a poco menos de 40 kilómetros de su explotación situada al norte del país.
Hace unos días, en la red social X, aparecía un post con una imagen en la que se leía: “Lo que se prohíbe a los productores franceses, se importa del extranjero”. En este caso, el extranjero son las frutas y hortalizas de Italia y España que, de acuerdo con la ilustración, se producen con fitosanitarios prohibidos en nuestro país vecino, dando a entender sin más, que los productos tienen un riesgo sanitario, como si las normas de la Unión Europea no les fueran aplicables.
Tras más de 60 años de Política Agrícola Común (PAC) y más de 30 años de Mercado Único, algo no funciona cuando a otro país de la Unión se le identifica con el extranjero. El sector agrícola francés atraviesa una crisis de raíces profundas y la viven sus protagonistas con enorme intensidad, más que en ningún otro lugar, a pesar de que, en Bélgica, en Italia, en España y en otros países de la UE, sus colegas agricultores comparten muchos de sus problemas.
La soberanía alimentaria no se entiende desde un punto de vista amplio, cercano al concepto de autonomía estratégica, sino desde un punto de vista que nos retrotrae al pasado, el de la autosuficiencia, apuntalada en el proteccionismo frente a las importaciones, vengan de donde vengan, de la UE o de terceros países.
Todo es el extranjero. Los mensajes calan y el concepto de seguridad alimentaria da nombre a leyes y a ministerios. A fuerza de poner banderas en los lineales, todo lo que no sea del país de que se trate, es extranjero, haciendo que la idea de una Unión Europea se vaya diluyendo.
Recuerdo como, en tiempos, en el Ministerio nos empeñábamos en diferenciar lo que son exportaciones propiamente dichas, de lo que son intercambios intracomunitarios.
Las primeras, las exportaciones, tienen lugar cuando el cliente se encuentra en un país que no pertenece a la Unión Europea, se realizan al amparo de un acuerdo comercial o de las reglas de la Organización Mundial de Comercio (OMC) y conllevan los trámites aduaneros correspondientes.
Los segundos, los intercambios intracomunitarios, tendrían lugar con otros países de la Unión Europea que, en realidad, no requieren mayores tramitaciones que las que pueda exigir la venta a un cliente dentro de nuestro propio país.
Pero lo cierto es que, al final, los países de la UE llamamos exportaciones a todo lo que sale de nuestras fronteras, pues es la única manera de que brillen de verdad nuestras cifras. Por ende, todo son importaciones, aunque vengan de países de la Unión Europea.
Así, con frecuencia, solemos referirnos a que nuestro país ocupa una u otra posición en un ranking internacional de principales exportadores mundiales de productos agroalimentarios, un ranking en el que la Unión Europea parece no existir.
De hecho, en el top ten mundial de exportaciones (en valor), aparecen 6 Estados miembros de la UE: Países Bajos, Alemania, Francia, Italia, España (séptimo lugar) y Bélgica, cuyas exportaciones en valor (499.251 millones de euros), casi triplican las exportaciones de Estados Unidos (172.654 millones), que ocupa la primera posición de la lista.
Efectivamente, esta comparación no es correcta, pues, para que lo fuera, tendríamos que considerar de manera desglosada el comercio interno entre los estados que componen los Estados Unidos.
Quien ocupa realmente el primer puesto en el top ten mundial es la Unión Europea, con 228.600 millones de euros, cifra que ya sí que es comparable con los 172.654 millones de Estados Unidos, que ocuparía la segunda posición (todas las cifras son de 2023 para que sean comparables).
En definitiva, a todos los países nos cuesta interiorizar lo que significa el Mercado Único, con lo que eliminar sus barreras físicas y mentales se hace particularmente difícil. Es posible que esta sea una de las razones que explica que las barreras internas al comercio de bienes, dentro del Mercado Único, equivalgan a un arancel del 44 % (en servicios sería del 110 %), según el informe del Fondo Monetario Internacional citado por Mario Draghi en un artículo publicado en febrero pasado bajo el sugerente título “Forget the US, Europe has successfully put tariffs on itself”; algo así como “Olvídese de EEUU: Europa ha logrado imponerse aranceles a sí misma”.
Hace tan solo unos días, en el Congreso de Frutas y Hortalizas de AECOC celebrado en València, en los pasillos, charlábamos precisamente de la fragmentación del Mercado Único de la UE y poníamos como ejemplo a una empresa norteamericana, Taylor Farms, que es capaz de servir ensaladas de cuarta gama a lo largo de todo Estados Unidos desde unos pocos centros de distribución, sin necesidad de hacer lotes por estados con diferentes etiquetados.
Sé que en estas conversaciones se simplifica bastante, porque luego también tienen sus regulaciones internas, pero nos puede dar una idea de lo que supone servir a más de una veintena de países de la UE, con diferentes idiomas y regulaciones, en ocasiones incluso dentro del mismo país. No es lo mismo y eso tiene un coste.
La Unión Europea se encuentra en una de las encrucijadas más complicadas de su historia. En buena medida, su mayor debilidad es no poder emplear el peso económico y político que le otorga contar con un mercado de casi 450 millones de habitantes. La división en 27 Estados es todavía muy acusada, tanto en el comercio de bienes como en el de servicios, la distancia que nos separa de un mercado como podría ser el mercado interno norteamericano o el chino es abismal.
Se me antoja de lo más difícil el desafío que tiene por delante la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, para llevar a la práctica las recomendaciones del Informe Draghi y sacar al continente de su lenta senda de declive.
Romper las barreras internas que todavía existen en la UE es tan difícil como hacer desaparecer la idea de que el extranjero es nuestro país vecino de la Unión Europea.
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