09 July 2024
Rubén Figueroa | EFEAGRO - "¿Prestaréis ahora atención?", pregunta la veterinaria y escritora María Sánchez (Córdoba, 1989) en su último poemario, Fuego la sed (La Bella Varsovia, 2024), donde da voz a las personas, lugares y elementos del campo para dar cuenta de un medio rural desolado que desaparece por la falta de agua.
Actualmente vive en Galicia y trabaja con razas autóctonas en peligro de extinción, pero en el que es su segundo libro de poesía (y cuarta obra literaria) vuelve la mirada al lugar en el que creció, la Sierra Norte de Sevilla, para despedirse de un paisaje, ahora seco, que ya no es el de su infancia.
Lo hace sin nostalgia, porque en ella, dice: "También se esconden el poder, la violencia y la sequía"; y con la esperanza de que broten nuevas semillas si la sociedad toma conciencia de la emergencia climática y se moviliza para "detener este desierto".
- ¿Querías ser veterinaria o escritora?
La única cosa que tuve clara desde pequeña era que quería ser veterinaria. Nunca sé decir cuál es el momento en el que empiezo a escribir. Además, siempre tuve muy claro qué tipo de veterinaria quería: trabajar con el medio rural, con ganaderías, con asociaciones de raza autóctonas en peligro de extinción.
- Vives y trabajas en el campo, ¿surge de ahí tu escritura?
Forman parte de mi narrativa. No es que tenga que ir al campo para escribir, es que el campo está en mí. Yo he crecido con un rebaño de cabras de leche haciendo queso, cuidando a los cabritos, yendo al huerto con mi abuelo... No entiendo mi día a día sin el campo, sin la naturaleza. Y creo que tenemos tantas historias preciosas que resignificar en nuestros medios rurales.
- Tu mirada es desde dentro del campo, no llegas de fuera...
A mí lo que me rechina es cuando vampirizamos los medios rurales y los saberes de las personas que habitan el campo. Estoy muy cansada de los reportajes sobre que si "el último pastor del pueblo se muere", cuando coges el coche y hay tanta gente joven haciendo cosas en todos los lugares. Me da un poco de rabia porque parece que solo existimos para esa desolación, que obviamente también hay, pero también hay que contar la luz y la esperanza y reivindicar e impulsar a todas esas personas que no se van, o vuelven o deciden instalarse en el campo.
- Sin embargo, en Fuego la sed hay bastante desolación...
Sí, pero esa desolación es por el cambio climático. Yo quería despedirme de ese sitio, que está cambiando y que ya no es ni el sitio que conoció mi abuelo, ni mi padre ni yo de pequeña. Quería despedirme, pero también aprender a quererlo de otra forma, por eso hay desolación, sí, pero también hay luz, hay frutales, hay manos que llevan semillas... Una de las preguntas que está enhebrada en el poemario es cómo reaccionarían los antiguos si vieran cómo está el campo. Y una de las cuestiones que debemos hacernos como sociedad es qué tipo de antepasados queremos ser mañana para los que vengan.
- En el poemario hablas de un verdugo, de una fiera que devora el futuro y también del progreso, ¿es el progreso el culpable?
No es el progreso en sí, sino qué entendemos por progreso. ¿El progreso es asolar la naturaleza y despreciar los saberes de las personas en pos de una industrialización que contamina y que al final nos mata? La generación del futuro nos juzgará al ver que en 2024, con todas la revoluciones verdes y todos los progresos científicos, aún hay gente que se muere de hambre, que el hambre se usa como arma de guerra y que encima estamos en un sistema agroalimentario donde el 30 o el 40 % de la comida se tira todos los días y cada vez comemos más comida que nos enferma. A través de los libros que escribo me hago muchas preguntas y hay que cuestionar qué hemos dado por válido. Por ejemplo, la ganadería intensiva. No puede ser que las razas autóctonas que están mejor adaptadas al cambio climático, ligadas a productos de alta calidad, que conservan biodiversidad y que fijan población estén en peligro de extinción.
- Vives en Galicia, ¿notas que avanza el cerco de la sequía?
Aquí se nota menos, pero aun así hablas con la gente y dicen que los inviernos cada vez son menos fríos y que llueve muchísimo menos. Debemos reflexionar como sociedad y no hacer como que no va con nosotros, porque ya en el mundo hay personas que han tenido que dejar su vivienda por el cambio climático. Hay que movilizar desde lo que compartimos, desde lo que nos emociona, eso es lo que intento a través del poema, valorar lo que tenemos realmente cerca, a nuestro lado. Tener esa conciencia puede hacer que queramos conservarlo y protegerlo.