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Los árboles también cuentan la Historia

17 November 2025
Paola Caridi: La Morera de Jerusalén

17 November 2025

Paola Caridi es una periodista e historiadora italiana, especializada en temas de Oriente Próximo e interesada, sobre todo, por la cuestión palestina. Ha vivido en Jerusalén durante diez años, y ha publicado varios libros, como Arabi invisibili (2007), Hamás (2009) o Gerusalemme senza Dio (2013), recibiendo algunos premios relevantes, como el Colomba d’Oro por la Paz (2013) o el Kapuscinski de reportaje literario (2024).

Su último libro, La morera de Jerusalén (Errata Naturae, 2025), es una obra muy original en la que une historia, política, memoria y naturaleza en un texto lleno de lirismo. El subtítulo que se le ha dado en la edición española (Una historia de la guerra y de la resistencia en Palestina y Oriente Próximo contada a través de los árboles) hace referencia al tema palestino, si bien el contenido del libro va también de otros territorios (Líbano, Egipto, Sicilia, Inglaterra...). 

De hecho, el subtítulo de la versión original en italiano (L’altra storia raccontata dagli alberi) no hace referencia explícita a la cuestión palestina. 

 

La Morera de Jerusalén

La idea fundamental de Caridi es que, para comprender el mundo, no basta con acudir a la Historia basada sobre todo en documentos escritos, pues estos resultan limitados, parciales e insuficientes, sino que es necesario ir a otro tipo de fuentes. Citando al escritor hindú Amitav Ghosh, señala Caridi que, en la Historia, las entidades que carecen de lenguaje apenas figuran como telón de fondo del gran escenario donde se representan los dramas humanos. 

Por eso, propone cambiar las reglas, apartarnos del centro del escenario (la Historia basada en los documentos escritos), “romper los mapas que llenamos de subdivisiones y fronteras que no nos dejan respirar” y situarnos en los márgenes para comprender mejor nuestra historia.

Y para ello, la escritora italiana nacida en Roma elige los árboles, en concreto algunos de los que han acompañado la historia de Oriente Próximo: el sicomoro, la morera, la higuera, el naranjo… En su opinión, los árboles pueden contarnos de un modo diferente el devenir de los seres humanos si somos capaces de escucharlos, de oír su significado simbólico y de reconstruir su propia historia vegetal, marcada sin duda por su permanencia en el paisaje, pero también por las alteraciones sufridas (tala, deforestación, abandono, expolio...).

La morera de la Villa de los Anhelos

El libro comienza con la historia de una morera (tut, en árabe) plantada en la Villa de los Anhelos de Jerusalén, y de la que solo queda hoy un tocón abandonado tras haber sido talada en diversas operaciones urbanísticas. Ese tocón solitario de morera es un testigo mudo de la historia, pero al que se le puede hacer hablar a través de quienes se relacionaron con ella cuando era un árbol lleno de frutos.

Paola Caridi lo hace a través de Jean Manuel, un viejo frère (hermano de la orden religiosa francesa de La Salle), en cuya casa de la Villa de los Anhelos vivió de alquiler la periodista italiana durante su primer viaje a Jerusalén como corresponsal de la agencia de prensa Lettera22, allá por 2009. Él le habló entonces de las piedras, de los edificios, del jardín del que la morera ahora talada había formado parte junto a otras seis moreras más (“cuatro con moras blancas y tres con moras rojas… que mi madre usaba para hacer mermelada”).

A través de la historia de las moreras, el frère Jean Manuel le contó su infancia en aquella casa antes de la Nakba causada por la primera guerra árabe-israelí de 1948, y también le habló de la salida y exilio de su familia; ello le hizo a Caridi sentirse atraída por la historia del pueblo palestino y querer leer más sobre ese tema.

Para la periodista italiana, la morera talada de Jerusalén fue, así, su “árbol-ángel”, el árbol que le sugirió nuevas lecturas impulsándole a “invertir la mirada”, a leer la historia desde los márgenes para mejor entender el imperialismo otomano en la región, el colonialismo británico que le sucedió y el Estado de Israel con sus conquistas posteriores a 1948, “el año en el que todo cambió”.

Los sicomoros de Gaza

Al capítulo de la morera de la Villa de los Anhelos de Jerusalén le sigue el dedicado a los sicomoros (jumaiz en árabe), unos árboles milenarios, enormes y frondosos, cuya presencia es referida en muchas partes del mundo.

Caridi nos dice, por ejemplo, que, para los kikuyos de Kenia, el sicomoro es el árbol de la creación, el árbol de Dios, un árbol sagrado “en una oscura noche de truenos y gemidos”, según narra Ngŭgî wa Thiong’on, uno de los más célebres escritores kenianos. Nos dice también que, en el Apocalipsis de san Juan, se menciona el sicomoro, que da fruto 12 veces al año, una cosecha al mes, y que sus hojas sirven de medicina.

A través de los sicomoros, Caridi reconstruye la historia de la franja de Gaza, ciudad milenaria, antiguo centro del comercio del Mediterráneo y lugar de paso entre Palestina y Egipto, pero también campo de batalla de los grandes reinos e imperios (asirios, persas, griegos, romanos, árabes, turcos, británicos e israelíes). Antes de su actual encierro y aislamiento, debido a la guerra árabe-israelí de 1948 y sucesos posteriores, había en la franja de Gaza muchos sicomoros, bosques repletos de este árbol considerado entonces el príncipe de los árboles sagrados en las tres religiones monoteístas.

Comenta Caridi que el profeta hebreo Amós ya cita este árbol en el Antiguo Testamento, y también el Evangelio de san Lucas cuando narra la historia de Zaqueo en Jericó o la huida a Egipto de María y José con el niño Jesús recién nacido huyendo de las amenazas del rey Herodes. También nos dice que está presente en la literatura árabe, donde se describe la avenida de los sicomoros de Gaza, una arteria de más de tres kilómetros que se extendía al norte de Rafah en dirección a la capital de la franja.

A través de los sicomoros de Gaza, nos cuenta Caridi la trágica historia de esa región costera de Oriente Próximo, y lo hace escuchando los recuerdos de infancia de Safwat al-Kahlout, periodista gazatí del canal de televisión Al Jazeera, y de muchos otros como el médico Tawfiq Canaan (presidente de la Palestine Oriental Société) o el físico Sufyan Tayhej

Los niños palestinos, “que se pasaban horas bajo los sicomoros, se convirtieron con el paso de los años en personas con formaciones y existencias distintas”, diseminados entre Gaza y el exilio. Esas personas, nos dice Caridi, siguen hoy “unidas por los sicomoros y por una infancia que tuvo (ahora más que nunca es de vital importancia recordarlo) la sombra y los troncos de los jumaiz como un refugio seguro bajo el que hablar y contarse historias”.

Los naranjos de Jaffa

Los naranjos de Jaffa es el eje sobre el que gira el tercer capítulo del libro de Caridi. Cuenta que, a mediados del siglo XIX, fue el centro principal de producción de naranjas de la variedad shamouti, que se exportaban, a través del puerto, al Imperio británico para combatir la enfermedad del escorbuto llenando de cítricos las bodegas de los barcos. Con esa finalidad, se plantaron millones de naranjos en Jaffa, generándose en torno al pujante negocio una dinámica burguesía tanto palestina, como judía, y convirtiendo a la ciudad y su puerto en un importante centro comercial y cultural.

 

Cultivo de naranjas en Jaffa a principios del siglo XX
Cultivo de naranjas en Jaffa a principios del siglo XX. Fuente: Errata Naturae - Diario Público.

 

Después de 1948, cuando Jaffa pasó a dominio israelí y muchos palestinos tuvieron que dejar sus casas, el puerto de Jaffa fue para ellos lugar de salida y símbolo de la tierra perdida, transformándose poco a poco en un barrio de la nueva capital hebrea de Tel-Aviv. Las naranjas de Jaffa, que habían sido durante más de un siglo el símbolo de la identidad palestina, se convirtieron, nos cuenta Caridi, en símbolo de la nueva identidad israelí.

Para muchos palestinos son el pasado, la nostalgia, pero sirven también para poner distancia entre los que salieron durante la Nakba y los que se quedaron. Para los judíos, sin embargo, los naranjos sirvieron para reafirmar la identidad del nuevo Estado de Israel, de su arraigo en la tierra, al igual que cumplió esa misión la política de grandes bosques de pinos implantada por los gobiernos israelíes desde su creación. 

De ese modo, tal como señala Caridi, y de acuerdo con la tesis central de su libro, los árboles se erigen en un elemento fundamental para entender los cambios sociales y políticos en la región.

Las moreras del Líbano

Las moreras son también utilizadas por Caridi para contar la historia del Líbano en el capítulo cuarto de su libro. En este caso, las moreras nos hablan de su importancia para la industria textil, al ser sus hojas el alimento exclusivo de los gusanos de seda.

Escuchando la historia de las moreras del Líbano nos explica Caridi cómo el pueblo libanés cavó su propia fosa apostando de forma desaforada a mediados del siglo XIX por la expansión de un cultivo que generaba pingües beneficios. En ello tuvo mucho que ver la creciente demanda de seda de las empresas textiles francesas, que dejaron de abastecerse de las moreras de Sicilia al ser afectados los gusanos de seda por una grave enfermedad, centrando su interés en otras regiones. 

 

Cultivo de moreras en Líbano para la cría de gusanos de seda
Cultivo de moreras en Líbano para la cría de gusanos de seda. Fuente: Errata Naturae - Diario Público.

 

La fiebre de los libaneses por plantar moreras implicó abandonar otros productos básicos tradicionales (por ej., cereales), llegando a ser un monocultivo y convirtiendo la economía alimentaria del Líbano en un sector dependiente de las importaciones y sometida a los vaivenes del comercio y la política internacional.

La Gran Guerra paralizó durante varios años (1914-1918) la actividad del puerto de Beirut, sumiendo a la población en una hambruna de graves consecuencias (varios cientos de miles de libaneses murieron como efecto de ella). Como señala Caridi, las moreras libanesas son, por tanto, “como un bosque de ojos y orejas que asisten al final de un proyecto colonial, por un lado, y de un sueño de rescate y bienestar, por otro, el de los campesinos del Monte Líbano”.

La historia de otros árboles y jardines

Caridi nos habla también de otros árboles, de aquellos que han podido sobrevivir a la devastación y han conseguido imponerse, reencarnándose “en un contexto que ha sido humano, urbano, formado por pueblos, ciudades y asentamientos, abandonados por diversos motivos: un terremoto, una guerra, una catástrofe, una explosión, una frontera de cemento”.

En ese caso, las plantas, los árboles, los musgos… retoman posesión y recuperan su presencia en el terreno. Comenta Caridi el caso del viejo pueblo de Lifta, un lugar del que los palestinos huyeron durante la Nakba dejando un esqueleto de piedra, y que ahora renace gracias a la reaparición de los árboles.

Los capítulos finales se sitúan en territorios distintos al palestino o libanés, pero siempre centrados en los árboles y su historia vegetal. Uno de esos capítulos es dedicado a la gran movilización social de mayo 2013 para salvar el parque Gezi de Estambul de los buldóceres en una operación urbanística decretada por el Ayuntamiento cuando era alcalde de la ciudad el actual presidente turco Erdogan. Otro capítulo habla de la tala masiva de árboles en El Cairo promovida por el régimen del general El-Sisi, en el poder desde 2013.

Interesante es también el capítulo referido a los jardines coloniales, como el de Palermo, construido en la segunda mitad del siglo XIX con plantas y árboles procedentes de muchas partes del mundo, y el de los Kew Gardens londinenses, “símbolo perfecto”, según Caridi, “de la relación entre política imperialista y ciencia”.

En esos jardines coloniales, las plantas y los árboles llevados desde otros lugares de exploración o desde países saqueados, se han adaptado al nuevo ambiente, consiguiendo modificar el propio paisaje del país colonizador hasta llegar a conquistarlo con nuevos colores y perfumes. No obstante, Caridi se pregunta por qué no está presente en nuestro relato histórico la historia de estos árboles importados, de modo que pueda incorporarse a la historia de las ciudades que albergan este tipo de jardines creados en el marco del proceso colonizador.

Reflexiones finales: árboles que hablan si se les escucha

La escritora italiana finaliza su libro tal como lo empezó, afirmando que los árboles y las plantas “le han susurrado cosas al oído con el paso de los años y que algunas de ellas no ha sido capaz de “entender, pues estaba demasiado ocupada leyendo la historia que han escrito de forma exclusiva los seres humanos…”.

Ahora comprendo”, añade Paola Caridi, “que ha llegado el momento de escuchar otra versión de la historia, más amplia y menos cruel, que no esté escrita por los seres humanos con la sangre de otros humanos. Demasiada sangre. Ha llegado el momento de aprender de los árboles. Y pedir perdón”.
 

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