

07 July 2025
He de confesar que soy uno de los que me incorporé tarde al concepto sostenibilidad (recordemos que está vigente desde la década de los 80 dentro del informe 'Nuestro Futuro Común' de la Comisión Mundial sobre el Medio Ambiente y Desarrollo), dentro de una sesión en la San Telmo Business School.
La potencia y dimensión del significado quedan fuera de toda duda, y realmente podemos afirmar que es una palanca de cambio y factor estratégico fundamental que, con el tiempo, ha ido calando en nuestro ecosistema agroalimentario.
Dos son los vectores y causas principales de su intensidad y perennibilidad. Por un lado, que lleva implícita la palabra gestión. Verbo fundamental dentro de todo sistema económico y organización y más cuando se complementa con recursos. Gestión de recursos, de los que tenemos a nuestro alcance y que influyen directamente en lo que hacemos. Y en segundo lugar, el intervalo temporal entre presente y futuro. Es decir, cómo gestiono ahora, cómo opero y trabajo los recursos presentes para que pueda generar una situación en que las generaciones futuras no vean amenazado la satisfacción de sus necesidades. Hago compatible el presente con el futuro.
Se me asemeja, en su justa medida, al planteamiento de Heráclito versus Parménides en la filosofía de la antigua Grecia. El primero, fiel defensor del movimiento (no estamos inmersos siempre en la misma agua del rio, pues la corriente fluye), frente a la estaticidad del segundo. La sostenibilidad implicaría esa movilidad de acción, esta fluidez directa de forma que lo que hago hoy condicionará el futuro. Me parece un claro mensaje de visión medio-largo plazo alejado de conceptos cortoplacistas que en nada favorecen la gestión integral y amplia y que en demasiadas ocasiones son tan propios de nuestro sector.
Como todo concepto, y más en este caso, no debe ser un término fijo en un pedestal. Debe estar sometido a la evolución y adaptación de los tiempos, el entorno y debe ir añadiendo todo aquello que genere una adaptación en sí mismo. De hecho, históricamente ya ha sucedido, la primera etapa de sostenibilidad ambiental fue superada por la sostenibilidad social (aunque algunos se han quedado todavía en el primer término) y ahora seguramente estamos inmersos esa fase de transformar la sostenibilidad en algo económico (aunque en sí ya lo es: gestión de recursos).
Seamos prácticos, e intentemos poner en este magnífico tren —obviamente sostenible— en el camino y las vías adecuadas. Es por ello que añado un concepto más, como es la competitividad, intentando abrir el punto de impacto o contacto no solo con el medioambiente o con la sociedad (en externo) o económico (más en interno), sino también con las otras empresas o entidades con las que me encuentro en el día a día en el mercado.
Ese punto de roce o incluso de lucha es la competitividad, por poder trabajar con ese cliente, por poder estar en el lineal, por obtener una subvención, por conseguir el mejor proveedor, o que se fijen y lleguemos a un acuerdo con determinados grupos de interés que sabemos será una palanca importante en nuestro negocio.
Por tanto, cuando afirmemos que implantamos e implementamos la sostenibilidad como factor estratégico de nuestro negocio, tengamos siempre en la mente que buscamos competitividad y que por tanto formamos un binomio ganador que se retroalimenta de manera eficaz y eficiente. De esta forma conseguiremos generar acciones prácticas y resolutivas que generen un mejor posicionamiento y, en definitiva, la SOSTENIBILIDAD de nuestros negocios agroalimentarios.
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