
04 August 2025
El agua dulce es un recurso esencial para la vida en el planeta y para actividades tan fundamentales como la producción de alimentos.
Sin embargo, su distribución desigual y su uso intensivo plantean desafíos significativos para la sostenibilidad global. Aunque el 70 % de la superficie terrestre está cubierta de agua, solo alrededor del 2,5 % es agua dulce.
Mientras la demanda hídrica continúa creciendo a un ritmo acelerado, impulsada por el aumento poblacional, la urbanización y la presión del sector agroalimentario, su disponibilidad se ve cada vez más comprometida por la sobreexplotación, la contaminación y los efectos del cambio climático.
Nos enfrentamos así a una crisis hídrica silenciosa que ya afecta a miles de millones de personas y que amenaza con intensificarse en las próximas décadas.
En este contexto, comprender cómo se reparte el agua en el mundo, qué países consumen más y cuál es la huella hídrica real de nuestras actividades, se vuelve fundamental para avanzar hacia una gestión sostenible del agua.
La hidrografía global ¿Cómo se distribuye el agua en nuestro planeta?
Cómo hemos comentado, aunque el planeta Tierra está cubierto en más de un 70 % por agua, solo el 2,5 % es agua dulce, y de esa fracción, apenas una mínima parte está disponible para el consumo humano.
Además, la mayor parte del agua dulce está retenida en glaciares o almacenada en acuíferos profundos de difícil acceso.
Por hacerlo más visual, destacamos algunos datos recopilados por Visual Capitalist:
- Cerca del 97.5 % del agua es salada, confinada en océanos y mares
- El 68,7 % del agua dulce del planeta está congelada en forma de hielo o nieve permanente.
- El 30,1 % se encuentra en aguas subterráneas.
- Menos del 1 % se localiza en ríos, lagos y embalses superficiales, que constituyen la fuente más accesible para consumo, riego y usos industriales.
- La mayor parte del agua dulce (70 %) se usa en agricultura.

Además, esta minúscula proporción de agua dulce disponible se distribuye de manera desigual por el planeta. No es simplemente una cuestión de si un país tiene o no tiene agua, sino de la cantidad de recursos hídricos renovables que se regeneran anualmente a través del ciclo hidrológico.
Los países que más agua consumen por persona no son necesariamente los que más agua tienen disponible. Por ejemplo, Estados Unidos y Australia registran algunos de los mayores niveles de extracción per cápita del mundo.
En cambio, países como Brasil, que alberga una de las mayores reservas de agua dulce del planeta, tienen un consumo mucho más moderado.
Este contraste revela que la cantidad de agua disponible no siempre determina su nivel de uso, ya que el gasto hídrico depende también del modelo productivo, la presión demográfica y la eficiencia en la gestión del recurso.
Distribución de los recursos hídricos por países
La disponibilidad de agua dulce renovable varía enormemente entre regiones. Factores como el clima, la geografía, la densidad poblacional y la gestión hídrica determinan grandes diferencias entre regiones que cuentan con abundantes recursos y otras que enfrentan un acceso extremadamente restringido.
La Tierra cuenta con aproximadamente 37.000 kilómetros cúbicos de agua dulce renovable cada año, una cantidad que representa el volumen que puede regenerarse de forma natural mediante el ciclo hidrológico.
Hay regiones que reciben lluvias abundantes, que cuentan con ríos caudalosos o sistemas hídricos subterráneos estables, mientras que otras dependen de fuentes irregulares, acuíferos sobreexplotados o infraestructuras limitadas.

Según los datos de la FAO y AQUASTAT, por ejemplo, Brasil concentra cerca del 13 % del agua dulce renovable del planeta, gracias a la inmensidad de la cuenca del Amazonas.
Rusia, Canadá, Estados Unidos o Indonesia también figuran entre los países con mayores reservas. Pero esa riqueza no siempre implica un acceso real: en países como Rusia, Canadá o Groenlandia, una parte importante del agua se encuentra en regiones remotas o de difícil acceso, lo que plantea desafíos logísticos, económicos y ambientales para su aprovechamiento.
Por el contrario, regiones como el norte de África, el Medio Oriente, Asia Central o países como India y Pakistán presentan una disponibilidad física muy baja, agravada por la presión altísima sobre los recursos debido a la cantidad de población.
Las consecuencias de esta desigualdad son profundas. Según Naciones Unidas, más de 844 millones de personas aún carecen de una fuente segura de agua potable.
Sequía y estrés hídrico: una crisis global en crecimiento
El estrés hídrico se define como la situación en que la demanda de agua en una zona supera lo que el suministro puede ofrecer de forma sostenible.
Se suele considerar que un país sufre estrés hídrico cuando dispone de menos de 1.700 m³ anuales por habitante (unos 8-9 vasos de agua al día). Actualmente, 1 de cada 6 personas en el mundo vive bajo esta presión.
Muchos países están extrayendo agua dulce mucho más rápido de lo que la naturaleza la repone. En promedio, en 2020 la humanidad ya utilizaba cerca del 69 % de las reservas renovables disponibles, un margen peligrosamente estrecho para afrontar sequías o crecimientos de población
En las últimas seis décadas, la cantidad de agua dulce disponible por persona a escala global ha disminuido en un 60 %, debido al crecimiento poblacional, la contaminación y la sobreexplotación.
Según el World Resources Institute (WRI) y las proyecciones de Statista, más de 25 países (hogar de una cuarta parte de la población mundial), ya enfrentan niveles extremadamente altos de estrés hídrico. Naciones como Qatar, Israel, Líbano, Irán, Jordania, Libia, Kuwait o Arabia Saudí figuran entre las de mayor estrés hídrico del mundo.
Muchas de las grandes economías tampoco se librarán: por ejemplo, regiones del suroeste de Estados Unidos o del norte de China podrían pasar a situaciones de estrés alto en las próximas décadas.
En Europa, España y Grecia encabezan el ranking de países europeos más afectados por el estrés hídrico. España, en particular, enfrenta la paradoja de ser la segunda potencia agrícola de la UE y la primera en superficie de riego, pero a la vez uno de los territorios más secos y amenazados por sequías extremas en Europa
Esto una señal clara de que, aunque el volumen total de agua en la Tierra sea teóricamente suficiente, la forma en que se distribuye, y sobre todo, se gestiona, está en el centro de una crisis silenciosa pero creciente.
La huella hídrica por país: consumo de agua por países
Otro punto fundamental es entender cuánto consume realmente cada país y cómo se distribuye ese consumo entre sectores y personas. Para entender la verdadera dimensión del uso del agua, necesitamos recurrir a un concepto clave: la huella hídrica
¿Qué es la huella hídrica? Es un indicador multifacético que mide el volumen total de agua dulce utilizada para producir los bienes y servicios que consume un individuo, una comunidad o una nación.
No solo contabiliza el agua usada para beber o en los hogares, sino también la utilizada en la industria, la energía y la agricultura. Se compone de:
- Huella hídrica azul: Agua superficial y subterránea consumida (como la usada en riego o procesos industriales).
- Huella hídrica verde: Agua de lluvia almacenada en el suelo y utilizada por plantas (muy importante en agricultura).
- Huella hídrica gris: Agua contaminada o necesaria para diluir contaminantes generados.
Huella hídrica por país
La media mundial ronda 1.400 m³ por persona y año, pero la dispersión es enorme. El 71 % de las extracciones de agua dulce del mundo se destinan a cultivos y regadío. En países de renta baja el porcentaje este valor está por encima del 90 %.
En términos absolutos, India y China encabezan la lista de consumo de agua dulce con aproximadamente 700.000 hm³ anuales cada uno, impulsados por sus vastas poblaciones y la magnitud de sus sectores agroindustriales. Le siguen Estados Unidos, Pakistán e Irán, todos por encima de los 100.000 hm³.
Pero si miramos la huella hídrica per cápita, países como Mongolia, Níger, Bolivia o Mauritania encabezan la lista mundial. Estas cifras reflejan economías con alta dependencia del regadío, ganadería o sectores poco eficientes

La situación de España
Según datos de Fundación Aquae, España es el octavo país del mundo con mayor huella hídrica per cápita y el 2.º a nivel europeo.
Sin embargo, el consumo doméstico directo es mucho menor: unos 132 litros diarios, solo un poco por encima del umbral de 50-100 litros que la OMS considera necesarios
Po tanto, esta posición se debe al peso de la agricultura de regadío, la ganadería intensiva y el turismo, un sector que incrementa la demanda estacional. A esto se suma el hecho de que buena parte del agua utilizada está asociada a productos agrícolas exportados, lo que significa que España 'exporta' también agua virtual.
Qué consumo de agua de destina a la agricultura en cada país
No es ningún secreto que la agricultura es, con diferencia, el sector que más agua consume a escala global, cerca del 70 % del total de las extracciones. Y si se considera solo el agua aplicada a la producción de alimentos, la cifra es aún más rotunda: el 92 % del agua utilizada en el planeta está vinculada, directa o indirectamente, a nuestra dieta.
Es decir, nuestra dieta y bienes de consumo “ocultan” la mayor parte del agua que utilizamos como sociedad. El crecimiento demográfico y la demanda de alimentos han impulsado una expansión masiva de las tierras de regadío, concentrando un uso intensivo del agua en países con vastas extensiones agrícolas
Actualmente se riegan alrededor de 330 millones de hectáreas de tierras cultivadas en el mundo. Algunos datos llamativos son:
- En Asia y África más del 80 % del agua se destina al sector agrícola.
- En Europa y América del Norte la proporción agrícola es menor, con mayor peso del uso urbano e industrial.
- Entre los países con mayor uso agrícola de agua destacan: India (90 %) y China (65 %).

Conclusión
Aunque el planeta tiene abundante agua, solo una mínima parte es dulce y accesible, y su distribución es extremadamente desigual.
La huella hídrica evidencia que gran parte del consumo está oculto en lo que producimos y consumimos, desde alimentos hasta bienes exportados. Países con escasos recursos enfrentan alta presión, mientras otros sobreexplotan sus reservas.

La crisis del agua no es solo una cuestión de cantidad, sino de uso, reparto y sostenibilidad. Abordarla requiere cambiar no solo cómo usamos el agua, sino también cómo organizamos nuestras economías y sociedades alrededor de ella.
En este contexto, es fundamental repensar las estrategias de gestión del agua, especialmente en sectores como la agricultura y la industria, que concentran la mayor parte del consumo global. Invertir en tecnologías más eficientes, reducir pérdidas, fomentar el riego sostenible y, sobre todo, impulsar sistemas de producción más sostenibles y resilientes al cambio climático puede marcar una gran diferencia en el uso racional de este recurso limitado.