
08 September 2025
En un mundo de incertidumbres, donde cada decisión parece implicar un coste oculto, no está de más preguntarse: ¿para qué sirve un economista agrario?
Esa era la duda que me acompañaba camino a Granada el pasado 3 de septiembre, rumbo al XV Congreso de Economía Agroalimentaria de España, que este año coincidía con el I Congreso Iberoamericano de la disciplina.
Tal vez esa misma pregunta se la hicieran especialmente quienes llegaban al Congreso sin pertenecer a la comunidad científica: representantes de empresas, de la administración, periodistas…
Un Congreso especialmente exitoso, en número de comunicaciones, con más de 300 participantes venidos no solo de toda España e Iberoamérica, sino de otros países europeos, africanos, asiáticos. Participantes muy jóvenes en buena proporción y procedentes de muchas disciplinas académicas, demostrando de entrada la trasversalidad de la economía agraria.
Un Congreso que desde luego fue un éxito y del que cabe felicitar a la Asociación y en especial al Comité Organizador local.
El debate sobre productividad, rentabilidad y sostenibilidad
El Congreso ofreció ponencias, comunicaciones y mesas redondas, pero sobre todo ofreció debate. Uno de los más vivos fue el que giró en torno al eje productividad-rentabilidad-sostenibilidad, impulsado por Cajamar en la primera jornada.
El debate planteaba una cuestión directa: ¿estos objetivos son compatibles o contradictorios? ¿Avanzar en sostenibilidad ambiental y eficiencia en el uso de recursos nos hace más competitivos, o resta rentabilidad? ¿Depende del territorio, del sector, del tamaño de la empresa o incluso del horizonte temporal del análisis?
Y para abordarlo juntó a académicos con representantes de empresas, contrastando conocimiento empírico con experiencia práctica.
La respuesta fue mayoritariamente positiva: hay sinergias y compatibilidades, aunque el camino no esté libre de dificultades. Lo importante será acompañar a empresas y personas en esa transición.
La PAC y el presupuesto comunitario
Otro debate inevitable giró en torno al futuro del presupuesto de la UE y de la Política Agrícola Común. El ministro Luis Planas lo adelantó con claridad: será una discusión larga y, de momento, centrada en el tamaño de la tarta antes que en su reparto.
Se habló de lo mucho que nos equivocaríamos si simplificáramos el futuro del sector con el futuro de las ayudas de la PAC. El porvenir del campo puede estar más condicionado por otros instrumentos públicos —seguros, gestión de mercados, apoyo a inversiones—, o incluso por la propia capacidad de organización y creación de valor en las cadenas agroalimentarias.
Otros debates esenciales
El Congreso fue también una ventana abierta a muchas otras cuestiones:
- Cómo medir bienes públicos que resultan tan difíciles de cuantificar
- Cómo interpretar el comportamiento de un consumidor que no siempre compra lo que declara en una encuesta o lo que reclama como ciudadano
- Cómo mejorar el posicionamiento de los productos o impulsar el desarrollo de los territorios rurales
Entre todos estos, me detengo en dos que me parecieron especialmente sugerentes: la medición de la vivacidad de los territorios y el papel de los datos.
En la sesión organizada por la Asociación Española de Economía Agroalimentaria junto con la Iniciativa Vivaces se planteó una idea potente: no podemos reducir la vitalidad de un territorio a contar habitantes.
El medio rural no volverá a tener los censos de hace décadas, en un mundo cada vez más urbano. La clave está en medir si ofrece servicios públicos, conectividad, ocio, vivienda, empleo, calidad ambiental, gobernanza… Solo a partir de indicadores de este tipo podremos saber si un territorio está más o menos vivo y, sobre todo, por qué.
El otro gran tema recurrente fue la necesidad de datos de calidad. El Observatorio Cajamar del Sector Agroalimentario en el contexto europeo lo señala cada año con más fuerza: observamos la convivencia de tres grandes tipos de explotaciones.
Por un lado, las grandes empresas, bien dimensionadas, que sostienen gran parte de las cifras macro del sector. Por otro, una mayoría de explotaciones muy pequeñas, con baja rentabilidad y una actividad de tiempo muy parcial, casi marginal.
Y, en medio, un grupo importante de explotaciones profesionales que luchan por sobrevivir con resultados ajustados, pues no gozan de la escala de las primeras.
Para entender esta diversidad hacen falta datos, análisis y comparaciones. En este sentido, resultó esperanzadora la apuesta del Ministerio de Agricultura por reforzar la información disponible en la Red Contable Agraria Nacional, incorporando variables y presentando los resultados de una forma mucho más útil para los usuarios, en especial para las explotaciones que los proporcionan, que podrán realizar comparaciones y simulaciones que la harán una auténtica herramienta de gestión.
Productividad y empleo: la gran cuestión
Con datos fiables, el análisis estrella sigue siendo la productividad. Fue, al menos para mí, la gran sensación que me llevé de Granada.
Medir cuánta producción se obtiene de cada factor y recurso —trabajo, capital fijo, insumos, tierra, agua, energía— y comparar cada empresa con los niveles óptimos alcanzables resulta fundamental.
Porque de ahí depende romper un círculo vicioso que lastra al sector: baja productividad, baja rentabilidad, bajos salarios y escasa atracción laboral. La alternativa es construir un círculo virtuoso donde productividad, rentabilidad y salarios se refuercen mutuamente.
Entonces ¿para qué sirve un economista agrario?
Después de todo lo visto y escuchado en Granada, vuelvo a la pregunta inicial. Un economista agrario sirve para poner sobre la mesa los costes de oportunidad de cada decisión, para ayudarnos a sopesar beneficios y pérdidas, para recordar que cada avance en un área suele implicar un retroceso en otra.
Pero también sirve para interpretar esos datos a la luz de los complejos procesos naturales que rigen la agricultura y la ganadería.
Como decía Antonio Álvarez, a veces las economías de escala no funcionan en el campo: manejar demasiado ganado puede hacer imposible detectar los celos.
O como recordaba el equipo de Manuel Parra, no siempre abandonan antes las explotaciones menos eficientes: lo hacen aquellas cuyo coste de oportunidad es más alto, como las de agricultores en plena vida profesional frente a jubilados.
Ahí está, en definitiva, la utilidad del economista agrario: ayudarnos a tomar mejores decisiones colectivas en un sector donde se juega mucho más que la renta de los agricultores.
Se juega el futuro de los territorios, de la alimentación y de la sostenibilidad.
Plataforma Tierra se exime de cualquier tipo de responsabilidad derivada del contenido publicado en el presente espacio web por sus respectivos autores. Los respectivos autores firmantes del contenido publicado en este espacio web son los exclusivos responsables del mismo, de su alcance y efectos, los cuales garantizan que dicho contenido no es contrario a la ley, la moral y al orden público, y que no infringen derechos de propiedad intelectual.