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El acuerdo Trump-Von der Leyen. Una lectura política

04 August 2025
Comercio Exterior
Economía y Empresa
Von der Leyen y Trump

04 August 2025

El pasado domingo 27 de julio se firmó en Escocia el acuerdo sobre aranceles entre el presidente de los EEUU, Donald Trump, y la presidenta de la Comisión Europea, la alemana Úrsula von der Leyen —en uso de las competencias que tiene esta institución comunitaria en materia de política comercial—.

 

 

El citado acuerdo —que es más bien un preacuerdo por las cuestiones que deja abiertas— ha suscitado fuerte controversia dentro y fuera de los círculos europeos. Algunos jefes de gobierno —como Pedro Sánchez— han sido cautos, limitándose a expresar su falta de entusiasmo con lo acordado; mientras que otros, como el primer ministro francés François Bayrou, han sido más contundentes en su rechazo.

Asimismo, numerosos artículos han analizado de forma detallada su contenido, sobre todo en lo que se refiere a los aspectos económicos.

 

Un acuerdo desequilibrado… ¿era posible otro?

Por lo general, son mayoría los analistas que valoran el acuerdo de forma negativa por desequilibrado, por cuanto significa aceptar la imposición por parte de EEUU de un arancel del 15 % a los productos europeos —salvo exenciones en productos estratégicos aún por definir— y de un arancel “cero” a gran número de productos americanos que entran en la UE —también por concretar—. 

Asimismo, la UE se compromete a comprar a los EEUU bienes energéticos y material de defensa por unas cantidades que rondan los 700.000 millones de euros en los próximos tres años.

Además, se critica con dureza la escenificación del acuerdo, al ir la presidenta de la Comisión a la finca privada de Trump en Escocia, en un gesto de sumisión que ha resultado irritante para muchos dirigentes de la UE y a no pocos ciudadanos europeos. 

No voy a negar la evidencia, pero tampoco hacer de ello un drama. Lo importante es la luna, no el dedo que la señala.

 

 

Tales analistas opinan, no obstante, que el impacto del acuerdo será muy diverso según los productos afectados, por lo que consideran aún prematuro sacar conclusiones definitivas

Además, comentan que habrá dificultades para llevar a la práctica algunos de los compromisos adquiridos —sobre todo, los relativos a la energía por carecer la UE de instrumentos para implementarlos, dado que quienes compran los productos son las empresas no la Comisión Europea ni los Estados—. 

Recomiendo, por didáctico, la lectura del resumen que han realizado los servicios económicos de la BBC.

Ante las críticas, la Comisión Europea ha hecho público un comunicado explicando las razones que justificarían el acuerdo. En dicho comunicado, se destaca la importancia de la asociación transatlántica como “arteria principal de la economía mundial”, señalándose que es “la relación bilateral de comercio e inversión más importante del mundo”. 

 

 

Se justifica el acuerdo político entre la UE y EEUU por cuanto “restablece la estabilidad y previsibilidad para los ciudadanos y las empresas a ambos lados del Atlántico”, así como “garantiza la continuidad del acceso de las exportaciones de la UE al mercado estadounidense, preservando cadenas de valor profundamente integradas —muchas de las cuales dependen de las pymes— y salvaguardando, de hecho, puestos de trabajo”.

Es significativo que la Comisión Europea resalte en su comunicado el hecho de que el acuerdo sienta las bases para continuar la “colaboración entre la UE y los Estados Unidos”. De ello podría deducirse, tal vez con demasiado optimismo por mi parte, la intención de reactivar el ambicioso tratado comercial TTIP (Asociación Transatlántica de Comercio e Inversión), que fue paralizado en 2017 por la primera presidencia de Trump cuando estaba a punto de firmarse. Sí es así, sería una buena noticia.

El objetivo de este artículo no es insistir en los aspectos económicos del acuerdo, sino hacer una lectura política del mismo. Planteo la tesis de que su firma (apresurada) es síntoma de la complejidad de la situación internacional y de la fragilidad de los lazos que unen a los 27, así como de la urgencia de despejar el panorama para poder avanzar en la negociación del nuevo presupuesto común europeo (Marco Financiero Plurianual, MFP).

De ahí que, en mi opinión, el acuerdo quizá no sea el más deseable en términos de la ambición europeísta que nos mueve a muchos, pero considero que es el único posible dada la coyuntura política y la situación actual de la UE. Además, creo que abre puertas para avanzar en la relación trasatlántica entre la UE y los EEUU sin menoscabo de otras relaciones estratégicas, como la de Mercosur.

Un baño de realidad

Muchos ciudadanos europeos aún creen que la UE es un conjunto de países que avanzan hacia una unión política de corte federal. Nos llenamos la boca con afirmaciones como “más Europa”, que expresan un deseo más que una realidad. 

Es lo que llamo la “falacia europea”, que nos hace esperar un comportamiento de la UE acorde con una estructura unida y cohesionada en torno al conjunto de instituciones que nos hemos dado (Comisión, Consejo, Parlamento, Tribunal de Justicia…), cuando en la práctica no ocurre así.

La realidad de la UE es muy diferente de la que nos gustaría que fuese, y debemos aceptar ese hecho para no decepcionarnos ante determinadas situaciones que dan la sensación de impotencia, como el citado acuerdo de aranceles, la incapacidad de fijar una posición común en el tema de Gaza o en las cuestiones migratorias, o el mezquino proyecto de presupuesto común (MFP) presentado hace unas semanas por la Comisión Europea para el periodo 2028-2035.

 

Ya tenemos propuestas presupuestaria y agraria de la Comisión Europea

 

Son síntomas de fragilidad e impotencia que, en mi opinión, no son de ahora, sino que vienen de mucho antes; yo diría que arranca con la adhesión del Reino Unido en 1973 y que se acentúa, sobre todo, a raíz de la entrada, comprensible e inevitable, de los países del bloque excomunista en 2004, paralizándose desde entonces las grandes ambiciones políticas de la UE.

Por eso, el actual acuerdo con EEUU es un baño de realidad para la UE, que vive, además, una difícil coyuntura política, debido al ascenso de grupos que se proponen minar aún más sus débiles lazos de cohesión y que aspiran a vaciar de contenido, hasta reducirlo al mínimo, el frágil proceso de integración europea que con tanto esfuerzo llevamos construyendo.

Asimismo, la cercanía de la guerra de Ucrania, que no termina, y la presencia amenazante de Putin, hace sentir, sobre todo a los países limítrofes con Rusia, la necesidad de preservar el paraguas de la OTAN, y de los EEUU dentro de ella, en materia de seguridad y defensa.

Pero creo que ese baño de realidad debe hacernos ver el acuerdo no como una rendición, ni como un síntoma de debilidad, sino ponerlo en valor como una señal de que la UE eppure si muove, saliendo al paso de los que la acusan de parálisis e inutilidad y alientan discursos antieuropeos. 

 

Eppure si muove, Europa - Eduardo Moyano

 

Haríamos mal los europeístas si, fruto de un análisis poco realista de la situación, cayéramos en el desánimo y la indignación, haciendo la “pinza” con los populismos nacionalistas que elogian la fuerza de Trump (modelo hard) y menosprecian la actitud soft de la presidenta Von der Leyen (como ha sido el comentario jocoso del húngaro Viktor Orbán).

La UE no es una unión política

Lo primero que debemos reconocer es que la UE no es, al menos todavía, y me temo que por mucho tiempo, una unión política. Es una agrupación de 27 países —algunos con varios siglos de historia a sus espaldas— con identidades culturales propias e intereses nacionales en materia económica y geoestratégica, que han acordado establecer un mercado único interno para el conjunto de la Unión —con una zona de libre circulación de bienes, servicios y personas—; además, han creado una unión monetaria —con el euro como moneda única en 20 de esos estados—, si bien aún no económica —al carecer de una política fiscal común—.

Solo en áreas muy concretas, como agricultura, comercio, pesca y cohesión territorial, los países que forman la UE han delegado su soberanía a las instituciones comunitarias de Bruselas, creando unas pocas políticas comunes, entre ellas la política agraria (PAC). 

Eso explica que el presupuesto común (MFP) suela girar en torno a un exiguo 1% del PIB de la UE-27, destinado a financiar las escasas políticas comunitarizadas.

 

La suerte de ser europeo - Tomás García Azcárate

 

Todo lo que, además de las políticas comunes, realiza la UE, y que no hay que infravalorar, es fruto de la cooperación, no fácil, entre los gobiernos de la UE para gestionar aquellos asuntos que consideran necesario abordarlos mejor en común que por separado, tal como ocurrió, por ejemplo, cuando la pandemia COVID o la guerra de Ucrania, librando para ello fondos económicos especiales (como los Next Generation). 

No hay, por tanto, políticas comunes en materia de salud, educación, ciencia, medio ambiente, defensa, seguridad o política exterior, sino solo cooperación intergubernamental.

En esa situación, es comprensible que la UE muestre en el contexto internacional una imagen poco cohesionada, ya que la representación en los organismos multilaterales (ONU, OMC, FAO, UNESCO…) no se canaliza a través de la Comisión Europea, sino que cada país la ostenta a título individual y defienda en ellos los intereses nacionales, no los europeos. 

Este, y no otro, es el actual panorama de la UE con el que debemos lidiar y en el que se ha negociado el acuerdo sobre aranceles. Pensar que es otra cosa sería hacernos trampas en el solitario.

Conclusiones

Por desequilibrado que parezca, y que lo es, el preacuerdo Trump-Von der Leyen no debe ser vilipendiado, sino valorado en su justo alcance y en el contexto en que ha tenido lugar.

 

Firma del Acuerdo EEUU-UE

 

Creo que, en su firma, han primado otras prioridades, como despejar el panorama para concentrarse la Comisión Europea en la negociación del nuevo MFP; evitar una guerra comercial que hubiera sido fatal para la UE; salvar la frágil cohesión del mercado único europeo que, sin el acuerdo general sobre aranceles, habría estado en riesgo de ruptura ante la posibilidad de acuerdos bilaterales de cada país con los EEUU; y, por último, mantener al socio norteamericano de nuestro lado ante futuras amenazas militares en las fronteras de la UE (por mucho socio estratégico que queramos convertir a China, nunca lo será en asuntos de defensa).

Sin duda que el acuerdo es síntoma de lo frágil que aún es la integración europea, pero es mejor reconocer esa fragilidad y jugar con inteligencia estratégica las bazas que tenemos, que reaccionar cegados por el sueño de una unión política que ni existe, ni se le espera.

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