
17 July 2025
De la crisis al liderazgo
Antes de la expansión de la horticultura intensiva, el campo almeriense se enfrentaba a una serie de obstáculos que parecían insalvables: la falta de agua, la mala calidad de los suelos, la imposibilidad de acometer nuevas inversiones y la ausencia de canales de comercialización eficientes parecían condenarlo al subdesarrollo y la emigración.
A partir de los años 50, el alumbramiento de aguas subterráneas, la expansión de los enarenados, la progresiva organización de la oferta en origen y la creación de la Caja Rural pusieron las bases del actual Modelo Almería.
Cuando en 1963, hace más de 60 años, se pusieron en marcha el primer invernadero experimental y la Caja Rural, estaba todo por hacer. La coincidencia en la fecha es fruto de la casualidad, pero lo que vino después solo puede entenderse como una historia en paralelo, en la que desde el primer momento la agricultura intensiva almeriense y la hoy Cajamar han protagonizado una evolución conjunta.

El despegue de la primera, a partir de los años 70, no habría sido posible sin la existencia de una herramienta financiera especializada en atender sus necesidades y prestarle servicio. Igualmente, sería imposible explicar cómo alcanzó la Caja Rural de Almería el liderazgo nacional del sector a partir de mediados de los años 80 sin el impulso decisivo del espectacular crecimiento de la agricultura bajo abrigo.
Se trata, en definitiva, de dos innovaciones fundamentales, una en el plano agronómico y otra en el financiero, sobre las que se ha cimentado el posterior desarrollo socioeconómico de la provincia.
Partiendo de una situación de clara desventaja por la ausencia de una tradición previa consolidada, hace tiempo que la horticultura intensiva de Almería se situó en los primeros puestos de la exportación nacional; mientras que Cajamar se ha convertido en la primera caja rural española y ha impulsado la creación del grupo líder de la banca cooperativa en España.
El medio como factor limitante
Históricamente, el desarrollo de Almería se ha visto condicionado por la extrema aridez del territorio, con escasas precipitaciones —unos 200 mm de media anual en la franja costera—, a menudo de carácter torrencial, y elevadas temperaturas. La escasez de cursos de agua superficiales, la compleja orografía de una de las provincias más montañosas de España y la pobreza de la mayoría de los suelos lastraron secularmente la productividad de un entorno rural deficitario en cereales e incapaz de sostener cualquier producción vegetal o cabaña ganadera relevantes.
En los años previos a la expansión definitiva de los invernaderos, la mayor parte del sector agrario almeriense estaba compuesto por explotaciones campesinas de subsistencia. La agricultura comercial de la uva de mesa o de la naranja era una excepción, localizada únicamente en los valles de los ríos Andarax y Almanzora y zonas muy concretas de los Campos de Dalías y Níjar.
Un antecedente todavía en la memoria: la uva del barco
Durante buena parte de los siglos XIX y XX, un cultivo comercial de regadío, la uva para su consumo en fresco, protagonizó la actividad agrícola de un territorio con enormes limitaciones hídricas. La exportación uvera propició el desarrollo económico de una zona rural secularmente deprimida y aislada, por lo que el típico parral almeriense permanece todavía en la memoria colectiva de muchos pueblos como referente de riqueza y prosperidad.
Y hasta la consolidación de los cultivos hortícolas bajo plástico, el negocio uvero representó el último de los ciclos exportadores que han caracterizado a la historia económica provincial contemporánea, tras los episodios del plomo, el esparto y el hierro.
El éxito comercial de la uva “Ohanes”, conocida internacionalmente como uva de Almería, “de embarque” o “del barco”, radicó en su carácter tardío y su capacidad de conservación, lo que le otorgaba una indudable ventaja competitiva en el mercado global en los primeros tiempos de la globalización. Se trata de un fruto de hollejo duro y gran aguante, sin apenas demanda en el mercado interior pero idóneo para el transporte marítimo a largas distancias envasado en barriles y cubierto de serrín para aislarlo de la humedad.
Como se vendimiaba en otoño, llegaba a las plazas europeas y norteamericanas cuando el resto de las variedades de importación ya habían desaparecido de las principales subastas. Lo que explica los altos precios que llegó a alcanzar y, en consecuencia, las 6.500 hectáreas y más de 8.000 productores que ocuparon los parrales durante el primer tercio del siglo XX, llevando a su extremo las posibilidades tecnológicas del regadío tradicional y la escasez de aguas superficiales.
Además, este episodio de la historia económica provincial tuvo como principal protagonista al mismo grupo humano que, con el correr de los años, lo terminaría siendo también de la horticultura intensiva: la mayoría de los parraleros provenían de familias campesinas tradicionales, como sucedió décadas más tarde con los agricultores de los enarenados y los invernaderos. Sin embargo, a pesar de sus espectaculares cifras previas a la Guerra Civil, y de su efímero resurgimiento tras la posguerra, comparativamente el ciclo uvero tuvo mucha menor trascendencia en la economía almeriense que la actual agricultura intensiva.
El parralero, agricultor y exportador a un tiempo, dependió siempre de los consignatarios de las casas fruteras extranjeras y de sus adelantos para poder sufragar los gastos de cada campaña. No surgieron entonces en la provincia entidades de crédito duraderas, y al margen de una reducida industria barrilera y de los servicios portuarios, tampoco se dieron grandes externalidades positivas.
El auge parralero, como el resto de los ciclos económicos de la Almería contemporánea, se diferencia fundamentalmente de la agricultura bajo plástico en tanto no fue capaz de sentar las bases de un crecimiento a largo plazo: el "esplendor uvero", como se decía en la época, fue pasajero, y en su fugacidad no consiguió transformar considerablemente la estructura socioeconómica de la provincia.
Nuevos regadíos y enarenados para una revolución inesperada
La expansión del regadío ha sido la gran preocupación histórica de la agricultura almeriense, y desde finales del siglo XIX se pusieron en marcha diversas iniciativas privadas para, ante la ausencia de aguas superficiales, acceder a las reservas subterráneas que se presumía existían en el subsuelo, procedentes de las filtraciones de Sierra Nevada y Sierra de Gádor. Sin embargo, el impacto beneficioso de aquellas iniciativas privadas fue demasiado limitado, y solo permitió la puesta en regadío de pequeñas extensiones muy localizadas.
Hubo que esperar a la llegada de la iniciativa pública en los años 40, de la mano del Instituto Nacional de Colonización (INC), para que todo comenzara a cambiar. Con la apertura de los primeros pozos en el Campo de Dalías y el desarrollo de una red de abastecimiento de riego de la que se había carecido hasta entonces, y que sigue estando en la base del entramado actual, se superó definitivamente el bloqueo tecnológico que había impedido el acceso a las aguas subterráneas de la provincia.
Asimismo, el INC propició también la expansión por el litoral almeriense de los tradicionales "enarenados" originarios de la vega de Adra y la costa granadina. Este nuevo sustrato permitió gestionar más eficientemente un recurso tan escaso y regar con garantías cada vez más parcelas, aunque la calidad del agua alumbrada fuese relativamente mala. Con ello comenzó a vislumbrarse la posibilidad de poner en marcha una nueva agricultura basada en los enarenados y alejada de las técnicas tradicionales de mera subsistencia.
A grandes rasgos, el enarenado consiste en la construcción de un suelo artificial, colocando sobre el terreno original tres capas sucesivas de tierra fértil, materia orgánica que aporten los nutrientes necesarios al cultivo y, finalmente, unos 10 centímetros de arena sobre ella. La arena le confiere al terreno unas características especialmente interesantes, en cuanto a que genera un microclima que favorece el desarrollo de la planta en sus primeros estadios y, lo más importante, permite ahorrar agua al actuar como una capa impermeable que evita la evaporación.
Del parral al invernadero tipo Almería
Igual que años antes los pozos del INC habían hecho posible expandir el regadío y la llegada de los primeros colonos, que en pocos años comenzaron a enarenar sus parcelas, los abrigos plásticos que se fueron implantando paulatinamente a partir de la primera experiencia piloto de 1963 permitieron sacar el mayor rendimiento posible a otro de los factores naturales beneficiosos que definen nuestro espacio agrario: el clima.
La combinación de los nuevos regadíos, el suelo artificial y el control relativo de las condiciones ambientales de cultivo incrementó exponencialmente el potencial productivo, al tiempo que adelantó en varias semanas las fechas de recolección.
En consecuencia, la nueva agricultura almeriense se caracterizó desde un principio por contar con una ventaja competitiva de primer orden: llegar a los mercados con frutas y hortalizas fuera de temporada en ausencia de competidores, haciéndose así con mejores precios.
El invernadero de plástico tipo Almería se ha convertido en el icono más identificable del desarrollo provincial de los últimos sesenta años, como su antecesor directo, el parral, dominó el paisaje agrario de los pueblos uveros. Su diseño, en apariencia sencillo y flexible, se adaptó perfectamente tanto a las necesidades del cultivo como a las condiciones climáticas y orográficas de las zonas productoras.
Las altas cotizaciones alcanzadas por la uva en aquella época incentivaron tanto la mejora tecnológica de las explotaciones como la expansión de la superficie emparrada. Para ello, se tuvo que hacer frente a inversiones muy superiores a la de la agricultura tradicional, que fueron financiadas por los anticipos de las casas fruteras contra la entrega de la cosecha de cada campaña.
En ocasiones era necesaria, además, la colocación de pantallas, cortavientos de caña o setos para salvaguardar a las cepas de las fuertes ráfagas de aire que con frecuencia azotaban a determinadas zonas productoras. Estos cañizos protegían las plantaciones de los vientos primaverales, que podían provocar detenciones en la brotación, aumentando el daño si al mismo tiempo se daba un descenso de las temperaturas.
Una solución que está en el origen del "invernadero solar" actual, cuyos primeros prototipos surgieron al cubrir con los primeros plásticos industriales que llegaron a la provincia un "emparrao" tradicional, sujetado por un segundo entramado de alambre en la parte superior, más con la intención de proteger el cultivo que de controlar el clima interior de las plantaciones, como sucede actualmente.
Casi una serendipia, un hallazgo fortuito que nunca se planteó en los planes iniciales del INC, pero que lleva demostrando su practicidad y su eficiencia desde entonces.
El típico parral almeriense consiste, a grandes rasgos, en la disposición de una estructura aérea de alambres entrecruzados elevada sobre postes de madera que se fijaban fuertemente al suelo. La parrilla superior quedaba así la altura suficiente como para sostener los brazos de la parra y facilitar el laboreo, la recolección bajo los pámpanos y el tránsito de los propios parraleros por la parcela.
La solidez del parral tradicional sirvió de soporte idóneo para los primeros plásticos con los que se cubrieron los nuevos cultivos hortícolas en arena.

La organización de la oferta
Tecnológicamente, el campo almeriense había experimentado una transformación muy intensa en apenas 15 años, los comprendidos entre la expansión de los enarenados a media-dos de los 50 y la constatación definitiva del éxito de los primeros invernaderos a finales de los 60 y primeros 70.
Sin embargo, los agricultores seguían careciendo de dos elementos básicos para poder explotar masivamente esas innovaciones y hacerlas verdaderamente rentables: no existían ni plataformas propias para la comercialización de lo producido, que se vendía en origen a mayoristas y alhóndigas; ni los instrumentos financieros especializados que le facilitasen a una masa campesina sin apenas capital a su alcance hacer frente a las inversiones que requería esa nueva agricultura, que entre otras cosas hacía uso de productos tan exóticos por aquel entonces, y en consecuencia tan caros, como el plástico para uso agrícola.
La solución a esta doble problemática llegó con el progresivo impulso del cooperativismo hortofrutícola y la creación de la Caja Rural.
Con objeto de integrar a los agricultores en los procesos de manipulación y comercialización de las hortalizas que estaban produciendo, desde la Caja Rural se fomentó la constitución de las primeras cooperativas. Su labor no solo consistió en darle el apoyo financiero necesario que necesitaban estas estructuras. También se puso a su disposición el soporte técnico y humano necesario para llevar a cabo todo el proceso de constitución, gestión y comercialización.

En poco tiempo, las cooperativas tuvieron un fuerte crecimiento en la provincia, aportando sostenibilidad a un modelo que estaba todavía en una fase muy incipiente de desarrollo. Las cooperativas aportaron seguridad al agricultor, permitieron mejorar el valor que obtenían por sus productos, generaron empleo y actividad económica a través de las tareas de manipulación y comercialización. Y facilitó tener un contacto directo con el mercado e ir adaptándose permanentemente a los deseos y demandas de los consumidores.
En definitiva, el modelo cooperativo ha permitido que la distribución de la riqueza generada por el sector hortofrutícola se haya hecho de manera equilibrada.
Los años 80 fueron los del despegue definitivo tanto de la horticultura almeriense como de su Caja Rural. A comienzos de la década había ya decenas de empresas cooperativas funcionando a pleno rendimiento en los Campos de Dalías y Níjar, que exportaban una cantidad cada vez mayor de frutas y hortalizas a los mercados europeos.
La plena incorporación de España al Mercado Común en 1986 significó la desaparición de las trabas aduaneras a las exportaciones almerienses y marcó un punto de inflexión definitivo para el sector, ya convertido en referente internacional.
De campesinos a agricultores, de agricultores a empresarios
En esta historia podemos identificar la participación sucesiva de tres generaciones distintas. Los pioneros, nacidos en los años 20 y 30 y criados en la etapa de mayor atraso de la historia reciente de la provincia, destacaron por su capacidad para desprenderse de las rutinas heredadas, de la inercia de la tradición, y adoptar valientemente las nuevas técnicas de cultivo. Hoy diríamos que, sin duda, fueron especialmente receptivos a la innovación. Un rasgo que han mantenido sus sucesores como seña de identidad hasta el presente.

La segunda generación de agricultores, la de los nacidos en los años 40 y 50, contaba ya con la ventaja de la experiencia previa, con el incentivo del éxito de sus mayores. Ellos protagonizaron el gran salto adelante de organizar la oferta en origen, constituir cooperativas y lanzarse a exportar a los mercados europeos. Supieron, en definitiva, capitalizar una herencia notable. Sin embargo, el esfuerzo familiar que suponía sacar adelante las explotaciones, que por otro lado eran extraordinariamente rentables, les impidió completar su formación académica y cultural.
En el tránsito entre el siglo XX y el XXI tomó el relevo la tercera generación, la de los nacidos en los 60 y los 80. Ellos, convertidos ya en auténticos empresarios agrícolas, se han enfrentado a nuevos retos a los que han respondido con nuevas herramientas: la formación en agronomía y gestión, la digitalización de las explotaciones y la reorganización comercial del sector.
A partir del legado recibido, la cuarta generación que ya empieza a despuntar está llamada a consolidar el Modelo Almería como referente global en la oferta de alimentos frescos y tecnologías agro de vanguardia cada vez más eficientes, superando los obstáculos que les arroja un mundo acelerado con la misma confianza y eficacia de sus predecesores.
- May 2025 - Limón 24/25: balance y perspectivas
- Feb 2025 - Naranja y mandarina 2024/25: entre la competencia y la oportunidad
- Sep 2023 - Campaña de naranja y mandarina: los precios no compensan la menor producción y consumo
- Aug 2023 - El precio del limón cae en el tramo final de campaña 2022/23
- Mar 2023 - Cítricos 2022/23: ¿Una campaña rentable?
- Aug 2022 - Cítricos Semestre S2 2022. Difícil campaña de la naranja en 2021/22
- Feb 2022 - Cítricos Cuatrimestre C1 2022. No solo la competencia de Sudáfrica hunde los precios de la naranja
- Mar 2021 - Balance de la primera mitad de la campaña de cítricos 2020/21